Un gran silencio y soledad cubrió el mundo este sábado. ¿Cómo asimilar que el dador de la vida murió? ¿Cómo interpretar que el que prometió estar siempre con nosotros hasta el fin del mundo dejó su cuerpo en una tumba y no se sabe nada de él?


El mundo queda en silencio, soledad, perplejidad, confusión, tristeza, vacío…

El cuerpo de Jesús está en la tumba, mientras su alma desciende hasta el fondo del pozo donde cayó el ser humano después de la desobediencia de Adán y Eva. Su humillación y rescate hacia nosotros no terminó en la encarnación y muerte en la cruz, sino que, “el que descendió del cielo” (Juan 3:13), fue un paso más allá para alcanzar hasta el mismo final del abismo en que llegó el hombre en su caída. Es la última fase de la misión de rescate de Jesús.

Está claro que en esto hay muchos misterios. Pero sí sabemos que “descendió a las partes más bajas” (Efesios 4:9) y allí “predicó a los espíritus encarcelados” (1 Pedro 3:17). Históricamente la Iglesia ha enseñado que Jesús fue a la morada de los muertos (Mateo 12:40) y que, al predicarles, los que creyeron en él fueron liberados de la muerte, y por esto Mateo 27:52,53 cuenta que “después de la resurrección” de Jesús, “se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros… vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos”.

Hebreos 5:7 afirma que “Cristo, en los días de su carne, ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas a (su Padre) que le podía librar de la muerte”. No sabemos si en este día sábado siguió clamando desde el lugar de los muertos (Salmo 139:8). Lo que sí sabemos es que Jesús, para su resurrección, dependía por completo de su Padre. ÉL se despojó de tal manera que, si el Padre lo hubiera dejado ahí, ahí seguiría (Hechos 2:24). Jesús confió de la forma más absoluta en su Padre (Mateo 26:39-44).

Mientras tanto, los discípulos, con el corazón roto por la muerte de Jesús, observaron el día de reposo judío con enorme tristeza y lágrimas (Marcos 16:10). Se habían olvidado de la promesa de Jesús que resucitaría.

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